La sexualidad, fuente de placer y bienestar, nos permite, entre otras cosas, disfrutar de una privilegiada forma de comunicar sentimientos y sensaciones con otra persona.

De un modo u otro la sexualidad está presente en cada persona, a lo largo de toda la vida. Somos seres sexuados.

Con independencia de su faceta reproductiva, la sexualidad tiene un componente de disfrute y de satisfacción importantísimo para el propio equilibrio personal y social.

En la sexualidad no hay más norma que atender a los propios deseos respetando al otro.

La sexualidad presenta diversos matices individuales y diferenciadores entre unas personas y otras.

Quien viva plenamente su sexualidad será más feliz y, con ello, también quienes le rodean, sobre todo cuanto más flexible y respetuoso sea con otras formas de vivir la sexualidad, aunque no coincidan con la suya.

El placer sexual no tiene edad de jubilación.

Si cuida su salud y atiende sus auténticas necesidades nunca dejará de disfrutarlo.

El sexo también tiene un sentido lúdico, permítase jugar. En el sentido primigenio del juego como cuando somos niños, donde importa el proceso -estar jugando- y no el producto -ganar- como ocurre demasiado en el mundo de los adultos. El placer bien entendido es un juego, algo que disfrutamos sin estar pendientes de ningún otro objetivo.

Las fantasías sexuales pueden ser un buen recurso para activar su sexualidad. Permítase fantasear y, si tiene pareja, explore el posible disfrute cómplice de elaborar fantasías compartidas con ella.

El sexo y la risa están muy unidos, cultive el sentido del humor, reír con la pareja exalta el placer durante el juego sexual.

La complicidad íntima con humor refuerza el vínculo y aleja el fantasma de las preocupaciones sexuales.