A la dieta japonesa se la ha denominado en ocasiones la ‘otra’ dieta mediterránea. Se considera un factor clave en la longevidad de la población nipona y en los menores índices de enfermedades coronarias. Además, este país registra la menor tasa de obesidad en el mundo desarrollado (el 3% frente al 15% de España o el 32% de Estados Unidos).

La dieta japonesa, cada vez más reconocida en occidente por su sencillez, salubridad y atractivo visual, comparte la base de la dieta mediterránea tradicional. La abundancia de pescado, arroz (hasta en el desayuno, en lugar de galletería y bollería, propia de nuestro entorno) y vegetales, con apenas presencia de carnes rojas y productos procesados, la hace tan saludable como la mediterránea.

A las anteriores virtudes dietéticas se suman otras que empiezan a ocupar un lugar cada vez más destacado en los menús occidentales: el consumo diario de soja y/o derivados (tofu, miso, salsa de soja), además de algas. Son habituales también las especias y condimentos, entre los que destaca el digestivo jengibre, para uso en la elaboración de comidas tanto dulces como saladas.

Las preparaciones son sencillas. La cocción al vapor, en cesta de bambú o a la plancha, es la técnica culinaria más utilizada. A esto se suma la costumbre de servirse porciones de alimentos más pequeñas, lo que ayuda a servirse menos cantidad. Está demostrado que cuando uno se sirve más cantidad, tiende a comer más, aunque no tenga hambre. No obstante, como en nuestro país, se está produciendo un cambio progresivo de hábitos que empieza a traducirse en un aumento de las enfermedades relacionadas con la mala dieta.