La piel que queda cubierta por el pañal, más o menos sensible según el niño, sufre a causa de la falta de aire, la humedad y el amoniaco de la orina; cuidarla bien evita muchos problemas.

El mayor inconveniente de los pañales desechables es que proporcionan una falsa sensación de confianza, estimulada en buena medida por la publicidad, que lleva a muchos padres a no cambiarlos hasta que están totalmente empapados. Por lo demás, además de ahorrar muchísimo trabajo, son realmente más eficaces que sus antecesores. Pero por mucha que sea su capacidad de absorción, cambiar los pañales lo antes posible es la mejor forma de evitar problemas en la piel que cubren.

La orina es mucho más irritante que las heces, por lo que esperar a cambiar los pañales a que se hayan ensuciado con ellas suele ser tarde.

No hay que despertar al bebé para cambiarle, pero se debe comprobar si hace falta hacerlo cada vez que se despierte.

Cuando el pañal sólo está mojado o las heces apenas han ensuciado al bebé, basta con limpiarle con una toalla húmeda o con un poco de agua tibia. En general, lavarle con agua y jabón sólo es necesario cuando las deposiciones son muy desligadas o diarreicas.

El abuso de jabón elimina la capa protectora natural de la piel; aunque las toallitas impregnadas son muy prácticas fuera de casa, no debieran utilizarse de forma rutinaria.

Las pomadas protectoras (con vaselina y óxido de zinc) actúan aislando la piel, y conviene usarlas por la noche cuando el bebé empiece a dormir más horas seguidas sin reclamar alimento y vaya a pasar más tiempo mojado o sucio; pero si tiene una piel normal, no es necesario ponerle sistemáticamente pomada cada vez que se le cambia.

Si se empieza a irritar la zona del pañal:

  • Asegurarse de que se le está cambiando lo antes posible.
  • Usar una pomada protectora sencilla (sin antibióticos ni antifúngicos).
  • Procurar que se ventile, aflojándole el pañal o dejándole con el culito al aire, acostado sobre un pañal abierto o una toalla que absorba la orina.