Cuando ya se tiene un hijo, la primera preocupación ante un nuevo embarazo es la cuestión de los celos. Efectivamente, para los niños no siempre es fácil compartir a sus padres con «el recién llegado» ni adaptarse a los cambios que se van a producir; pero hay que hacerles ver la experiencia tan positiva que supone tener un hermano con quien podrá compartir en el futuro muchas vivencias, complicidades y afecto; una experiencia única que no podría vivir si el bebé no llegara.
A veces, el mero anuncio de que la familia va a crecer puede provocar ya cambios en el comportamiento del hermano, que quizás se muestre más nervioso, desobediente, malhumorado, agresivo o negativo, especialmente a la hora de comer y dormir. Tampoco es raro que su ansiedad se manifieste por la reaparición de conductas ya superadas, como volver a hacerse pipí en la cama, a chuparse el dedo o a pretender centrar toda la atención de la madre.
Normalmente, el problema de los celos es mayor cuanto más pequeño sea el hermano o cuanto más sobreprotegido esté, de modo que a partir de los cuatro o cinco años la adaptación no es tan difícil, pues a esa edad ya tienen normalmente cierta autonomía y son más independientes. Su capacidad para conseguir las cosas por sí mismos les permite tolerar mejor que otra persona ocupe el tiempo de sus padres; si, por el contrario, les necesitan para todo, será más difícil compartirlos con nadie. Cuando un crío es capaz de jugar y entretenerse solo o con sus compañeros, sin reclamar constantemente que la madre esté con él y no se le da siempre todo hecho, sino que poco a poco se le ha enseñado a ir superando las dificultades por sí mismo, tiene mucha más seguridad en sí mismo y es fácil que acepte bien la llegada de un hermanito.
La sobreprotección genera dependencia, inseguridad y, por tanto, celos, pero en el otro extremo, un niño infeliz, maltratado física o psicológicamente (y pretender educarles por medio de amenazas es una forma de maltrato), también será muy celoso, ya que difícilmente soportará la más mínima pérdida, dado lo precario de su situación.
Hermanos (los celos)
Con estas excepciones (niño inseguro-sobreprotegido y niño infeliz-maltratado), no hay motivo para temer unos celos desmedidos. Unos padres alarmados por una visión catastrofista y que se pasan todo el embarazo «mentalizando» al hijo para que acepte la novedad, insistiendo una y otra vez en que «no va a pasar nada» y que a él «le van a seguir queriendo igual», acaban por hacerle creer lo contrario, pues demasiada advertencia y preparación no suelen anunciar nada bueno. La llegada de un hermano debe anunciarse como un regalo, pues de eso se trata, y es obvio que son los padres quienes deben informarle de la buena nueva, con alegría y naturalidad, y sin más preparación que la que se toma para sorprenderle con la compra de un juguete. Pueden hacerlo cuando y como quieran, pero lo natural es no demorarlo hasta el punto de que sea el propio niño quien descubra el estado de la madre, y tampoco es preciso insistirle repetidamente en lo mucho que se le va a seguir queriendo.
Consejos para prevenir los celos del hermano
- Fomentar su independencia.
- Emplear más premios y estímulos que castigos y amenazas.
- Anunciarle la llegada del hermanito como un regalo.
- Explicarle los cambios que se van a producir.
- Advertirle de que sentir celos es normal.
- Organizar su cuidado para los días de estancia en la maternidad.
- Prepararse para poder dedicarle algún rato en exclusiva.
En general, no hay que dar a los hijos más explicaciones de las que pidan, pero tampoco menos, y esto es también aplicable al asunto de los celos. Si el niño parece interesado en saber cosas acerca de los recién nacidos, se le pueden enseñar sus propias fotos de los primeros meses o visitar el bebé de algún familiar o amigo. También es posible que quiera acompañar a la madre al médico para oír el latido de su hermano y verle en el ecógrafo. Hay que satisfacer su curiosidad, pero una cosa es responder a sus inquietudes y otra aleccionar e instruir prolijamente a quien no lo pide. Se trata sólo de calmar su ansiedad y lo que más le tranquilizará es saber que sus mayores parecen tener respuesta para lo que a él le preocupa. Sí que convendrá advertirle de los cambios que le vayan a afectar de forma concreta, de que tampoco espere maravillas de un hermano que al principio se va a pasar el día durmiendo y de que es probable que algún día tenga malos sentimientos hacia el «intruso». Hacerle saber que tener unos celillos es normal le relajará, evitando contraproducentes sentimientos de culpa. Bromear un poco acerca de los inconvenientes – y hacerle comprender las ventajas – de tener un hermano y de ser el mayor, pedir su colaboración y comprender sus naturales temores, le ayudará a que resulten (casi) injustificados.
Finalmente, hay que tener prevista la inexcusable visita que el niño hará a su madre y al recién nacido en el hospital, y sobre todo, organizar su vida durante los días en que se va a faltar de casa, pues no es un buen comienzo que el hecho del nacimiento, además de temores, ocasione daños reales y el hermano se vea desatendido, incluso físicamente. Para más tarde, y teniendo en cuenta lo absorbente que es el cuidado de un bebé, puede ser útil tener preparados algunos juegos que sólo se le darán para que se entretenga cuando el bebé requiera toda la atención de su madre (alimentación, baño…). Conviene planificar el tiempo para poder dedicarle algún rato en exclusiva, aunque no sea a diario, y no por evitar los celos, sino porque realmente lo necesita.