Que pagar 300 euros por una crema puede ser excesivo (ahora más que nunca), es algo obvio; que un milagroso ingrediente no consigue quitar años en cuestión de semanas, también. Lo complicado es saber, en esta proliferación desmedida de lanzamientos cosméticos de los últimos tiempos, qué funciona de verdad y qué no.

Nos invaden las cremas que prometen un efecto lifting capaces de modificar el óvalo facial gracias a efectos tensores, las que prometen ser fulminantes con las arrugas antes de que se acabe el tarro, las que dicen ser capaces de llegar al ADN o incluso a las células madre. Ante el bombardeo mediático, ¿cuándo invertimos convenientemente en la belleza de nuestra piel y cuándo tanto fuego artificial se queda en eso, espectacularidad vacía?

Enzimas de la longevidad

Uno de los últimos hallazgos habla de activos que estimulan las sirtuínas o enzimas de la longevidad, las cuales permiten a las células repararse a toda velocidad. Hasta ahora, sólo el resveratrol (molécula presente en la pepita de la uva) suministrado en grandes dosis podía hacerlo, junto con la restricción calórica. Pero lea: debería beber 17 litros de vino diario para lograrlo. «Aún se está estudiando cómo podrían activarse las sirtuínas. De ahí a que un cosmético actúe a niveles genéticos…», cuenta Chelo del Cañizo, directora científica de L’Oréal, en coordinación con la marca de farmacia (y perteneciente al grupo) La Roche Posay.

Lo mismo sucede con su supuesto mérito para actuar sobre las células madre. El dermatólogo Pedro Jaén, jefe de sección de Ramón y Cajal, explica que aún la medicina no ha llegado a manipularlas convenientemente con fines médicos, menos aún la cosmética. Puestas en tela de juicio determinadas fórmulas, queda un imponente elenco de lanzamientos anti-edad.

¿Vamos a por las promesas fulminantes?

La científica se muestra escéptica: «Hace años decían que una crema quitaba el 40% de las arrugas y se quedaban tan anchos, sin demostración alguna. Aunque hoy la regulación es mayor, sigue ocurriendo. La evaluación de la eficacia de un cosmético se tiene que apoyar en varios pilares, desde el análisis sensorial -transmitir con palabras lo que el producto provoca en nuestros sentidos- a los test dermatológicos -que se hacen con un dermatólogo normalmente en doble ciego (ni el paciente ni el experto saben qué están aplicando).

Ninguna crema hace milagros ni quita las arrugas, pero sí puede difuminarlas: el truco está en la prevención (antes de que se instale) y la constancia». Estudios poco rigurosos El doctor Jaén añade que «a diferencia de los medicamentos, perfectamente regulados, en cosmética, hay mucho estudio poco riguroso.

A veces un mal argumento es suplido con marketing». Hasta un 25%: esa cifra sí parece realista en cuestión de disminución de surcos cutáneos, según los expertos, para lo cual, ¿necesitamos dejarnos el sueldo del mes? Depende de lo que busquemos: si se trata de «glamour» añadido, un envase sofisticado, un aroma placentero… pagaremos más. Pero es imposible discernir en qué porcentaje exacto el marketing encarece un producto. Para Chelo, «una crema cara no es necesariamente mejor y viceversa. Depende de los objetivos de la consumidora. En una firma de precio asequible y para todos los públicos, el precio viene dado por la fórmula».

Así, vemos cómo se anuncian a bombo y platillo las excelencias de un nuevo producto de Olay, Regenerist 3 Áreas de Cuidados Intensivos. La campaña publicitaria habla de una anti-edad todo-terreno capaz de hidratar mejor «que algunas cremas de prestigio de entre 90 y 250 euros con las que se ha comparado», gracias a un complejo de amino-péptidos súper concentrado. Cuesta 31 euros, y cuenta la marca que en las últimas semanas se ha vendido una unidad cada 10 minutos.

Mientras, los dermatólogos cifran en 40 o 50 euros el tope racional para no pagar de más. El límite, en realidad, es a gusto del consumidor.